martes, 22 de mayo de 2012

Paradoja ciudadana


Polo Noyola
Mayo, 2012 


Un singular país el nuestro, los ciudadanos de a pie corremos el riesgo de perder la vida, el patrimonio o la libertad si se nos ocurre estar en el lugar y la hora equivocados; un país en donde pocos detentan un enorme poder y en el que muchos carecen de las más mínimas garantías individuales, como el derecho al trabajo, a la educación o la salud.

Pero en este país, partido en rebanadas tan desiguales, hay una paradoja difícil de creer si acaso no eres mexicano. Existe, derivado de nuestra ancestral corrupción, un influjo extravagante que llena las manos de poder a depauperados ciudadanos que por una acumulación de omisiones en la práctica de la ley se convierten en pequeños magnates de una esquina, una calle o un vertiginoso autobús urbano de pasajeros, donde ellos son la ley, sin pelos en la lengua.

Un jovencito que acaba de cumplir su mayoría de edad es capaz de someter al más grande terror a cincuenta pasajeros que tuvieron el infortunio de abordar su autobús; un cuidador de coches es capaz de cantar la palinodia a medio centenar de ciudadanos y decidir quién puede y quién no puede estacionar su coche en una avenida pública de la ciudad, que controla como su propiedad, tiene bloqueados los espacios con botes vacíos de pintura, cajas destartaladas de madera o simples piedras que ha traído de algún lugar. Una pobre señora cargada de tres hijos es capaz de bloquear, o al menos estorbar, el paso de una avenida importante con el efugio de pintar de amarillo un tope que las autoridades tendrían que haber pintado; hordas de pequeños delincuentes asaltan vehículos en los semáforos con el pretexto de limpiar un parabrisas que poco importa si no está sucio; pordioseros empoderados por los huecos profundos de la acción de la ley. Parte de un poder paradójico que los mexicanos conocemos y franqueamos cada día de nuestra vida, conscientes de que en otras circunstancias esos personajes estarían en la cárcel por obstrucción, por daño económico, por impudentes, si sus desvaríos no fueran simple instinto de sobrevivencia.

¿Cómo culpar a quién, al limpia parabrisas o a la señora que bloquea avenidas, al cuidador que se apropia de calles enteras; cómo culpar al joven chofer del autobús a quien las autoridades le permiten conducir de esa forma criminal? No es posible culparlos, porque ellos son las primeras víctimas de nuestra paradoja nacional. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario